lunes, 30 de junio de 2014

Cuando la decepción se encajona dentro de uno mismo, te paras a pensar como se ha llegado a tal extremo, cuando no tienes otra opción que sentarte y darte cuenta que ese gran amigo ya no está caminando a tu lado, y no sabes el porque.
El momento en el que te preguntas que has hecho mal, el momento en el que se te pasan mil cosas por la cabeza intentando averiguar el motivo de esta situación, mientras que esa persona a la vez ni se parará a pensarlo porque igual para esa persona ya has dejado de ser importante.
Porque lo que sientes es el dolor de no esperarte esto, por la impotencia de no cogerlo y no dejarlo ir hasta saber cada una de las explicaciones, pero la coherencia de no hacerlo porque ya estás cansada de solo preocuparte tú por esta situación, cansada de saber lo mucho que has dado este último tiempo y lo tan poco recibido, y cansada de estar esperando que venga sabiendo que no lo va a hacer.
El sentimiento de la duda; no saber el porque, pensar en algo, y que ese algo se elimine porque piensas en otra cosa y así sucesivamente.
El sentimiento del engaño; cuando después de leer cartas, de recordar momentos, solo te sientes imbécil por habertelo creído y no haber caído en la cuenta de que solo eran palabras falsas.
El sentimiento de la cobardía; porque lo que sabes es que a esa persona le faltan los cojones para admitir la realidad. Porque un solo sentimiento de corazón vale mas que miles de razonamientos en la cabeza.
El sentimiento de la pena; por el dolor de saber cuanto quieres a ese amigo enorme necesario en cada momento, y ver que no está y pensar si es que realmente le importas una santa mierda.
El sentimiento de haber sido utilizada, cuando pensabas que pasaba algo verdadero, el echar mucho de menos a alguien, y este sentimiento solo por no recibir esa señal para pensar todo lo contrario. Ojalá las cosas fueran diferentes, ojalá las personas supieran apreciar lo realmente importante como el sentirse feliz por hacer lo que se siente y dejarse llevar por ello, y no dejarse llevar por el miedo, achantarse, y dejarlo todo de lado.
Yo estoy aquí, nunca me he ido.

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